Otra vez la reforma fiscal

Armando Román Zozaya/ Excelsior.- El pasado lunes, en Querétaro, Enrique Peña Nieto anunció que su gobierno buscará una reforma fiscal que amplíe la base de contribuyentes, simplifique el cobro de impuestos y propicie que todos los integrantes del Estado mexicano sean responsables de una mejor recaudación.

 Es positivo que el Presidente electo tenga en mente una reforma como la descrita. Sin embargo, hay que resaltar que, como ocurre siempre que alguien plantea cambios en torno a los recursos del gobierno, Peña Nieto no comentó nada con relación a cómo gastan nuestras autoridades, cuestión que es de gran relevancia: es importante establecer quién y cómo paga impuestos, claro, pero lo es también que quienes gobiernen utilicen el presupuesto público de la mejor manera posible. ¿La reforma fiscal que se avecina tomará esto en cuenta?

Cabe mencionar también que, si uno de los objetivos es aumentar la base gravable, será necesario incrementar el IVA pues, dado que cerca de 15 millones de mexicanos trabajan en la informalidad, es muy difícil que paguen impuestos sobre la renta. Pero un incremento del IVA sería resentido, sobre todo, entre quienes menos recursos tienen ya que, necesariamente, impactaría en los precios al consumidor. Esto conlleva que habría que compensar a las personas de menos ingresos, lo cual implica costos administrativos y se prestaría a manejos clientelares. ¿Qué hacer a este respecto? ¿O acaso Peña y su equipo formalizarán a más de 14 millones de trabajadores?

Otro aspecto relevante es el vínculo entre el sector energético y la política fiscal: en nuestro país, hablar de impuestos es hablar de Pemex y viceversa, lo que implica que no se puede plantear reforma fiscal alguna si no se le vincula plenamente a una reforma de Pemex. En concreto, lo ideal sería que el petróleo ya no nos reporte casi 40% de los ingresos totales del sector público, lo que se conseguiría si, efectivamente, la base gravable es ampliada y/o si el gasto gubernamental se ejerciera con mayor eficiencia.

Lo anterior es importante porque el vínculo Pemex-fisco resulta inevitable, sí, pero también porque, tarde o temprano, nos quedaremos sin petróleo: no es bueno, de hecho nunca lo ha sido, que dependamos tanto de ese recurso. Además, si aligeráramos la carga fiscal de Pemex, la empresa tendría más recursos para invertir en sí misma o, en su defecto, seguiría brindando al gobierno lo que le brinda hoy, pero si la base gravable es de verdad mayor, la recaudación fiscal total superaría a la actual, lo cual sería positivo. Sin embargo, aquí hay un problema: todo cambio a Pemex «tiene» que pasar por el sindicato petrolero y está claro que el PRI no quiere pleitos con él. ¿Es creíble que Peña Nieto desee una reforma fiscal-energética profunda cuando, simultáneamente, no estaría dispuesto a enfrentarse con Romero Deschamps y los suyos?

Además de lo ya indicado, consideremos qué significa que todos los miembros del Estado mexicano sean responsables de que haya más y mejor recaudación. Para mí, esto se traduce en que los ciudadanos y los tres niveles de gobierno están obligados a contribuir y trabajar en términos fiscales, lo cual no sólo es correcto sino deseable. Pero entonces surgen algunas preguntas: ¿los gobiernos de los estados podrán recaudar más impuestos que ahora?, ¿los municipales también? Si es así, ¿qué nuevas obligaciones tendrán dichos gobiernos y qué tareas ya no cumplirá el federal? Igualmente, si hay nuevos impuestos, e incluso si no los hay, ¿con qué mecanismos contaremos nosotros, los gobernados, para asegurarnos de que las autoridades, todas, gasten de manera adecuada, no haya corrupción, etcétera? ¿O se espera que paguemos más impuestos y, probablemente, a mayores tasas, sin que tengamos derecho a fiscalizar a quienes, año con año, mes con mes, nos fiscalizan?

Más allá de las preguntas y dudas, ojalá que Peña logre una reforma fiscal… y que, al contrario de lo que ocurrió con la laboral, sea la que México realmente necesita: urge.

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